“Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos"
25 de octubre de 2023 Damián PetroneA fines del siglo XII, se extendió en la zona de Occitania, al Sur de Francia, una secta cristiana conocida como cátaros o albigenses, que basaban sus creencias en una interpretación del evangelio diferente a la Iglesia Católica, a la que criticaban y no reconocían como autoridad en la tierra.
Los líderes de estos grupos conocidos como “hombres buenos”, hacían estrictos votos de pobreza, de castidad y además trabajaban, en contraste con la jerarquía de la Iglesia de esa época, signada por la compra de cargos, la vida de lujo y derroche a costa del dinero de los fieles.
El papa Inocencio III no tardó en los albores del siglo XIII en iniciar acciones para concluir con este movimiento herético, que contaba con el apoyo de varios señores feudales de la zona. Primero, envió sacerdotes para intentar disuadir a los disidentes. Como ello no resultó, comenzó lo que se conoce como “Cruzada Albigense”, para lo cual reclutó a un ejército formado por nobles franceses a quienes prometió –además de la absolución de los pecados y un lugar en el paraíso- las tierras que se iban a conquistar.
Así fue que esta turba dirigida por el abad Arnaud Amaury comenzó la matanza indiscriminada de estos creyentes pacíficos, extendiendo por todo el sur de Francia el fuego de las hogueras donde eran quemados vivos los “hombres buenos”. Pero el clímax de esta orgía de sangre ocurrió en Beziers, una pequeña población al Sur del país galo. Allí el ejército del papa arrinconó tras los muros de la ciudad no sólo a los cátaros sino a toda la población, de amplia mayoría católica, exigiendo a sus autoridades que entreguen cerca de 200 “herejes”.
Como obtuvieron una respuesta negativa, luego de varios días de asedio, las tropas católicas ingresaron en la Ciudad, con la orden de pasar a degüello a todos los habitantes: niños, mujeres e incluso sacerdotes católicos y judíos. Dicen que cuando un soldado le preguntó a Arnaud Amaury cómo iban a distinguir quienes eran cátaros y quienes no, este respondió; “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”.
Así fue que masacraron a toda la población (entre 8.000 a 20.000 personas según las crónicas) quemando vivos a los que se encerraban en las Iglesias buscando protección, lo que Voltaire calificó como “la mayor injusticia que nunca hubo”.
En estos días, observamos atónitos, el ataque cobarde y criminal de Hamás a parte de la población civil israelí indefensa, injustificado desde la perspectiva que se la mire, más allá del odio cimentado en años de saqueos, asesinatos y humillaciones causados por el sionismo.
Pero el estupor es aún mayor, ante la masacre perpetrada por el formidable ejército de Israel, en contra de la población civil de Gaza encerrada, hostigada sistemáticamente y abandonada por años por la mayoría de los gobiernos árabes escondidos en sus lujos.
A esta altura, ¿hace falta decir que la mayoría de las víctimas son niños, como si los demás seres humanos no merecieran vivir? Puede entenderse una respuesta militar, pero jamás el bombardeo a casas donde viven familias -que no tienen a donde escapar- a escuelas, mezquitas, mercados, iglesias e incluso a hospitales.
Si la evidente matanza indiscriminada es ya imperdonable, privar a los palestinos de Gaza de electricidad, agua potable, alimentos, combustible e insumos médicos, es condenarlos al sufrimiento inhumano en una acción calificable como genocidio. Una extraña paradoja viniendo de un pueblo que sufrió como quizás ninguno la persecución y el exterminio sin razón.
La sensación de impotencia nos paraliza, cuando vemos que Israel y sus aliados se burlan de las resoluciones de la ONU, la OMS y demás organizaciones que lejos están de los intereses árabes y que piden al menos un poco de piedad.
Pero ¿qué podemos esperar de gobiernos como el norteamericano, si hasta hoy defienden la matanza de civiles en Hiroshima y Nagasaki, los cientos de miles de vietnamitas y camboyanos que fueron quemados con napalm o los iraquíes cuyo país fue destruido en base a una mentira obscena?
En un tiempo quizás todo quede en el olvido. Los isrealíes llorarán a sus muertos, los palestinos a los suyos que serán muchos más y quedarán con menos tierra y derechos. Pero el pensamiento libre del mundo nunca se olvidará que el gobierno de Netanyahu y todo lo que él representa, masacró a gran parte de un pueblo inocente, igual que hizo hace cientos de años Arnaud Amaury o en definitiva la Iglesia Católica.
Por Doctor Damián Petrone
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